Ignacio Escañuela Romana
En aquellos días hubiese deseado no tener conciencia, dejarse ir y vivir sin reglas, ni valores. Los errores de su pasado habían ido llenando una mochila de dudas y oscuridad. En la procela de las noches en vela repasaba una y otra vez los motivos y se preguntaba qué elementos continuarían su mente yacente, detrás, evolutiva, mucho más poderosa que su razón.
Sí, separó una y otra vez el daño que había producido, las personas que habían perdido el sueño por su culpa. Decidió, en mitad de sus agobios, no actuar, sino contemplar y dormir eternamente un sueño de muerte y condena al báratro, a la infinitud de la negrura sin final, a la eternidad del tiempo sin cambios, la consciencia vagando en sí misma.
Una mañana lluviosa del octubre del Atlántico norte, divisando oscuras formas de enormes árboles en el horizonte, sintiendo la brisa ligera mover su ropa, en mitad de las gotas cayentes de agua, empezó a andar.