Ignacio Escañuela Romana.
Imagino que el tiempo es como una onda espacial. Recorre el universo modificando cada elemento y haciendo que posea un antes y un después. No se puede escapar porque se es espacial. La onda pasa también por nosotros, como por todos los elementos del universo. Sigue su recorrido, pase lo que pase: mejor dicho, porque pasa. La teoría dice que el tiempo es relativo: es como si esa onda me impactase de frente o de lado, oblicuamente: mas me lleva.
A menudo he recordado el final de la película Leyendas de Pasión: «tuvo una buena muerte». ¿Se puede tener una buena muerte?. En realidad, sabemos que morimos a cada instante, que no podemos volver atrás y que lo vivido no vuelve. Bueno, a veces es una ventaja: algunas cosas no quisiera volver a sentirlas.
Entonces esa onda temporal me va recorriendo y sigo avanzando, hacia un espacio desconocido: el futuro. Claro que da vértigo, pero es verdad que también es lo mejor de la vida: lo inesperado.
Imagino cuando en el futuro los hombres, que ya no serán seres humanos, sean eternos: modificaciones genéticas. Un accidente será una incidencia terrible: ahora mata a alguien mortal, entonces lo haría a alguien inmortal. Bueno, es posible que se pueda reproducir a un individuo idéntico.
No me cabe la menor duda de que el hombre es ese ser mortal que duda y vive en la incertidumbre. Un inmortal no es humano. Debe ser bueno serlo, la verdad, pero entonces las ondas del tiempo impactarán para hacer que las historias se repitan. Claro que estoy seguro de que el universo es más poderoso: deberá haber un final.
Entonces el universo es trágicamente temporal. Imposible imaginar algo que no lo sea: que esté fuera del tiempo. ¿Antes?, ¿después?: preguntas sin sentido, pero: ¡tan sugerentes!.
El tiempo es un niño que juega a los dados, nos dice Heráclito. No estoy muy seguro que los dados sean una buena comparación. No obstante, el mundo se parece, ciertamente, a un juego. Pero trágico. ¿Por qué un juego?. No sabría decirlo.