Ignacio Escañuela Romana.
Claro, me cuesta recordar, admitir. Sangro cuando me contemplo y me conozco y no soy capaz de aceptar… No sé dónde estoy, ni quién soy, imposible. De modo que duele y me arrastro y las noches son días abiertos y los días son sornas cerradas, las galernas se me antojan calmas chicas y las cuatro de la tarde bajo el tórrido sol una sombra.
Por todo ello, me siento y noto el bombeo de mi corazón y comprendo que es un viaje hacia ninguna parte, a través de enigmáticos árboles y sombras sibilantes que susurran mientras, lo sé, me contemplan.
Sólo la soledad me alivia: estar conmigo mismo en ese dolor puro mientras capto la presión de un universo absurdo, las risas de las locas leyes y el aullido de permanecer…
Entonces, misteriosamente, llega un amainante punto en el tiempo, en mitad de toda la pulsación, justo cuando, totalmente perdido, desarbolado, comprendo.