Ignacio Escañuela Romana
Detestaba las tardes pausadas, en el transcurso hacia la nada emergente, deslizándose, plana. El quizá imprevisto allí, en el inicio de su vida. Mas similar, la experiencia, al tic-tac del reloj de péndulo que marcó los mediodías de su infancia, observando con sentido apasionado, el mecanismo imperturbable.
Podría, pues, trazar el cambio, saborearlo y vivirlo, como especie de cinta plana, tendida como espacio. Una sensación de encuentro en la pérdida, disolución en la solidez del ser.
Sería como comprender un vacío pulsante, yacente como saturación. El final.