Ignacio Escañuela Romana
La tormenta, amainó. La procela dejó inundaciones y, entonces, hubo que dormir en una coche abierta y goteante. Despertar fue algo imposible de soñar, fue como un derrumbe y, después, nada más.
Así que ahora duermo noches solares desnudas de sentido, con nadie a quien pueda preguntar nada, con una consciencia muerta y desprovista. Frente a frente, pues, de un espejo sin reflejos, como en una onda inacabada e infinita.
¿Saldrá el sol?. No, ni siquiera un sueño de luces lejanas. Queda sólo la oscuridad y la nada ilimitada, oscura, sólida, autoabarcante pero sin límites, donde vagar sin pies ni manos.
Y, por lo tanto, ahora añoro la terrible galerna interior, cuando todo tenía una posición aullante y podía pelear con la realidad. Pero estuve allí y fin, sin espacios, sólo un tiempo para la desesperanza.