Ignacio Escañuela Romana
De repente aquel ser comprendió que tanto tiempo no le valía de nada. Absorto, frente a frente, ante la experiencia de aquel mortal, la brutal intensidad de la vivencia, la claridad de los colores, todo aquello que él apenas podía vislumbrar desde el otero de su sustancialidad.
Le observó y pudo leer en su cerebro. Capaz de adivinar la combinación de las sustancias, la brutalidad de las descargas eléctricas, se asombró ante aquellas percepciones y las luces deslumbrantes de aquellas olas tremebundas de sentimientos, que le hacían sacudirse internamente como si estuviese en una mar procelosa, nadando entre el maretazo.
Añoró. pues, quizá, la finitud, sin la que no podía obtener la vida.