Escañuela Romana, Ignacio.
Líderes que apelan directamente al apoyo popular, al poder de la acción y el voto más allá de proyectos políticos, ideologías y estructuras institucionales y de partido. El posmoderno condottiero se dirige directamente a las masas de individuos que sienten por él, por ella, una lealtad especial y la responsabilidad histórica de mostrar un apoyo activo. Adiós, entonces, al debate ideológico sobre la conformación del poder institucional y sus garantías de derechos, bienvenido un nuevo principio del liderazgo.
La retórica de la plaza ateniense se ha transmutado en el nuevo canal de las redes sociales y los media. Los carteles del Gran Hermano que te mira directamente a los ojos surgen ahora como pequeños anuncios, recolocados constantemente por los mismos ciudadanos a los que se priva de la crítica para, como objetos, individuos atomizados, llamarles en nombre de una sagrada lealtad a la identidad y la simbología.
Si la idea de la Ilustración fue dotar a la persona de capacidades para pensar por sí misma, también sociales para organizarse en la defensa de tales ideas. Si la tesis once de Marx retomó la llamada kantiana del atrévete a saber para poner en marcha un proceso de transformación: el filósofo debe cambiar el mundo. Si se buscó hacer de la plaza pública el lugar del encuentro entre iguales que debaten, que revelan la libertad propia y la de los otros. Si la modernidad no promete la libertad, sino que la constituye en la plaza pública donde iremos a dialogar y debatir. Si ser ciudadano, ciudadana, requiere el esfuerzo crítico continuado…
La posmodernidad nos ha devuelto al mundo de la identificación emocional: ¡Construyamos un relato!. Ahora todo es posible, desde la libertad reducida al consumo, hasta la recuperación historicista de la grandeza nacional. Lo peor: el rechazo de otro entendido como enemigo. ¿Volver, entonces, al heidegggeriano “Todo lo grande está en medio de la tempestad”? Eso parece, en un mundo en el que esa tempestad estaría, de nuevo, en la imagen. Todo vale, sí, porque ahora nos preocuparía el envase, no el contenido. Y ese envoltorio nos plantearía las delicias de un mundo nuevo si consumimos el producto. Daríamos nuestra lealtad y voto a ese nuevo líder atento y severo…
Sin embargo, retirar el envoltorio depende de nosotros: del esfuerzo en volver a hablar unos con otros y construir esa libertad ineludible. La palabra razonada disuelve lo aparentemente grande, lo hace precario (ah, Platón). ¿Entonces?: retornar a la compañía de los demás para hacer política. Descubrir ese espacio que compartimos.
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