Ignacio Escañuela Romana
Recordar el camino, me digo. Dónde desperté y me encuentro, cómo caminé a través de paisajes aéreos. Me pregunto cómo penetré en estos paisajes desolados, vientos huracanados, una galerna en el interior, nubes silbantes. Creo que no puedo asirme a ningún lugar y estoy irremisiblemente perdido para la eternidad. Me yergo, sin embargo, en el risco, observo el océano en procela mientras el aullar del aire me ensordece, la lluvia me produce lágrimas.
Apenas respirando me pregunto, entonces, acerca de mi vida, la verdad oculta, el paso de instantes fugaces, los momentos idos, echados en todo sitio y en ningún lugar. Observo el vacío de un tiempo que se niega ahora a pasar. Me pregunto mirando hacia dentro.
No podría evitarlo, no. Absorto, dudo para nada, circularmente. Entonces miro hacia atrás y busco la pista, el lugar desde el que retomar, aunque esté el alma ya no anhelante. Pero no recuerdo, apenas retazos de luces y formas, mientras me inclino hacia el viento despiadado. Un poco más y caeré, arrastrado.
Quizá no haya camino, quizá nunca lo hubo, ni habrá. El invento de ese paso ordenado que, comprendo, esconde la certeza de observarme tranquilamente, en la propia lejanía interior.
Por fin, bajo cielos negros, dormir.