Ignacio Escañuela Romana
A veces entro en un bar y espero encontrarme el Gimlet, de Marlowe, esperando aún en la mesa, entre nubes de tabaco, a Lennox. Decoración caoba, asientos, cabina sofás, forrados de cuero, lámparas de techo bajas, de luz ámbar. Al menos, así me lo imagino.
Quizá es el símbolo-imagen de todos los momentos que he ido dejando en mi vida, como les pasa un poco a todas las existencias humanas. Los eternos adioses que se convierten, después, de un modo que no logro comprender, en irrevocables. Bueno, en realidad, todo instante es eso.
Ningún resultado salvo, tal vez, descubrirse un poco a uno mismo, aunque lo que se vea no sea agradable, ni esperable. Dejar el campo de las falsedades para encontrarte y entender quién eres.
Escuché, entonces, los pasos quedos alejarse por el largo pasillo, esperando que volvería. Aunque, sí, yo también había dado el adiós cuando tenía sentido. Ahora sólo era la caricatura y el acto de contrición.
Sueño con vidas redondas y dotadas de sentido, donde cada hecho posea un significado verdadero y final para mí. Pero el espejo me devuelve un puzle de vivencias inconexas y contradictorias, y, francamente, no sé componerlo.
Pero, sí, ese adiós fue como el Gimlet. esperando el momento de una vuelta imposible. Cuando la despedida tuvo valor y, claro, fue morir un poco, tal y como me contó Chandler en su libros.