Ignacio Escañuela Romana.
Y, entonces, viene la lectura del Corazón de las Tinieblas de Conrad. Resuenan las palabras que hablan del horror. Porque a Kurtz: la selva «le había susurrado cosas sobre él mismo que él no conocía, cosas de las que no tenía idea hasta que se sintió aconsejado por esa gran soledad… y aquel susurro había resultado irresistiblemente fascinante».
¿Qué le había susurrado como venganza, por su presencia no invitada?. Sospecho que le enseñó el ansia de ser y poder que yacía oculta en su interior, bajo las capas de civilización y moral establecida. Por debajo de todos los proyectos que él se había atrevido a dedicarse a sí mismo, como salmos tranquilizadores. Le hizo, pues, emperador de todo lo circundante y podía ser cruel sin consecuencias mensurables.
Entonces, sí, el tremor: del corazón humano, de lo que somos sin reconocerlo. Por ello, porque no era capaz ya de liberarse de ese sí mismo atrapante, pedía que alguien fuese a liberarle del sí mismo.
La selva le susurró, y ese susurro le sedujo. Su corazón se había quitado los velos. Lo que vivió no entró dentro de sus identidades posibles. Lo que era, para él mismo: el horror.