Ignacio Escañuela Romana
Era un sí, un no y un quizá. Un ir pero volver y, sin embargo, no haber partido. Vagar en círculos mientras recorría recto el lado del cuadrado. Respirar en el vacío cuando olía el oxígeno fluyente. Esperar, mas ya haber logrado. Dolor en el placer conforme la satisfacción de estar resentido le controlaba y, a la vez, le abandonaba. Un conjunto de hipótesis realizadas sobre teorías contrastadas que eran supuestas.
En ese nuevo mundo, había aprendido a afirmar esa regla e improvisar, volver sin haber partido, estar en el inicio absoluto habiendo retornado. Aprendió que afirmar era negar, que se rehusaba para asentir y, simultáneamente, denegar la afirmación, que se había vetado al aceptar, manifestando la ocultación de lo escondido.
Aprendió que las leyes significaban una aleatoriedad en el ser permanente, pero inconstancia en el azar de haber calculado un no razonamiento.
Sí, decía que sí, pero, acto seguido, lo era del no, de la tesis propuesta después de haber realizado la antítesis, de todo lo que existe y, no obstante, podría haber sido en la nada.
Vivió el sentimiento del desgarro repetidas veces. Un desamparo brutal. Le ardía desde el más distante dedo del pie, subiendo en llaga, hasta el más lejano de los cabellos de la cabeza. Como una gran herida pulsante que se estremecía una y otra vez, en cada instante con mayor violencia, ocupando todo su universo, todo su ser y consciencia. Una agrija que seguía hacia arriba y se alargaba hasta el firmamento, reptando en el corazón de la Tierra y más allá, donde ya no podía verla, pero sí sentirla.
A veces había amado las certezas de la verdad. En otras, las certidumbres del error. Se había regocijado, de una manera y otra, de la santidad y el pecado más duro del mundo. Las victorias y derrotas habían llenado su vida a partes iguales. La certeza de la enfermedad y la muerte, como fines de toda vida humana, no le afectaban.
Sin embargo, cuando dijo nuevamente ese sí, ante el que su corazón sintió un no, espera que lo estoy pensando, veremos. Cuando el compromiso se trocó por sí mismo en debacle. Cuando éxito y fracaso se mezclaron hasta que él no supo si confiar en la creencia o posar su fe descreyendo, o no sé qué combinación. Cuando los colores desaparecieron en un gris indefinido, como una niebla persistente y mojada. En ese instante, justo entonces, en el tal vez, algo se rompió definitivamente. Se levantó y se fue. Nunca volvería a ser el mismo.