Ignacio Escañuela Romana
Entonces, me adentré. No tenía respuestas, ni siquiera dudas, sólo existía y sentía, como un hueco , viendo y degustando cada instante. Luces y sombras me resultaban indiferentes, tan delatado por todo lo contrario. Entré, pues, como cáscara vacía, sin deseos.
Pero descubrí el brillo de estrellas en la enorme noche oscura, en la amplitud. Un firmamento deslumbrante en la noche desprovista, perdida, consigo misma, única, solitaria como en el principio de todo. Sin miedo, abandonado y ausente, mas estante, comencé.