Ignacio Escañuela Romana
Quizá haya un acorde ignoto, la lengua con la que se creó todo. Tal vez si uno pudiese tocarla, entonces las esferas se moverían tal y como se desease en ese instante. Es posible que esa poesía y la lengua primordial la hayamos olvidado. Pero es probable que no nos pertenezcan, que sean inasibles para el hombre, que no podamos conseguirlas, que todo lo compongamos a nuestra imagen y semejanza, con las virtudes a nuestra disposición y los vicios que nos persiguen. El cielo y el infierno de Khayyam.
Pero, a veces, lo he atisbado en algunos poemas y algunos cantos. He elevado la vista a los cielos y lo he escuchado, sin comprenderlo, como una música de la belleza. En algunos ojos al esconderse, también, y en el viento cuando sopla del norte, pero también el poniente y el levante, levantando oleadas de humedad o de polvo. Cuando el sol reina y la chicharra toca, mas también cuando la nieve cubrió mis hombros y vi las estrellas en una noche clara del norte, ellas y yo solos, en un diálogo eterno que me aterró hasta lo más hondo. Una mirada, en esa penumbra que nos envolvía, el primer roce sentido, suave e intencional, la piel. El beso que jamás he llegado a entender, que acude a mi memoria en las mañanas de insomnio.
Tal vez, sí, supimos una vez del acorde, de la rapsodia recóndita, del soplo que levantó este universo. Oculto para nosotros, que ahora nos afanamos en construir mundos que son solo un otro igual al nosotros, que no nos satisfacen.
Imagino, más tarde, un tiempo nuevo de esperanzas, justo cuando deambulo por los sueños, por una boira inacabable en la selva cerrada, al despertar y encontrarme dormido en mí mismo, pero en mitad del universo.
Entonces, recito, quisiera hablar en la lengua, pero sé que sólo soy un hombre. Quizá vislumbro la eternidad mayestática. Tal vez escucho el rumor lejano de las olas que estremecen lo existente. Temo, sin embargo, que conforme ando y observo, todo se me escapa, absconditus.
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