Ignacio Escañuela Romana
¿Qué tomar de la tradición, qué renovar, en la sociedad política? Muchos tiempos han odiado a la herencia, muchos otros a la novación. ¿Ahora? ¿En qué época estamos?
Arendt («La tradición y la época moderna»): Platón, o principio de la tradición que hemos recibido, señaló a la oscuridad de la vida diaria y la necesidad de salir al firmamento iluminado de las verdades eternas. Marx, o fin de esa tradición, se propuso no pensar como tal, sino transformar. Y, por lo tanto, cambiar también a los filósofos. Arendt entiende esto como un abandono de la filosofía, Marx lo entendió como una comprensión verdadera de la filosofía. ¿Proyecto político o explicación de las fuerzas materiales profundas que condicionan e interactúan?
¿Es un ideal utópico la sociedad sin clases ni Estado, entendido como institución represora?
Los temas así planteados son complejos hasta la extenuación. La filosofía invita a la contemplación de la verdad con la que llegaríamos, al menos, a una libertad interior. Quizá muy estoica: de quien continúa haciendo lo mismo pero por dentro comprende. «Entender para ser libre», decía Spinoza. Pero, también ha planteado desde el principio la imbricación y transformación. ¿O es que el esclavo liberado en la alegoría de la caverna no vuelve, como sea, al interior a transmitir lo que ha visto?.
De ahí la dualidad de Marx, entre quien entiende y explica y quien quiere transformar. Algo de utópico queda en este pensador al articular la sociedad donde ningún hombre sea dominado, de ninguna manera, por otro. Benjamin nos dice: «La tradición de los oprimidos nos enseña que «el estado de excepción» en el que vivimos es la regla» Porque la verdadera norma sería que nadie es dueño de la vida de otra persona, ya que esto es violencia. Esto viene nuevamente de Marx: todo Estado sería violencia, pues sería expresión de la clase dominante. En el capitalismo, la propietaria.
Pero Marx afirma también que es la violencia la «comadrona» de la historia. Lo que toma, claramente, de Hegel. Es cierto, como señala Arendt, que entonces se niega la posibilidad de hablar, de acordar sometiendo los problemas a dictamen público.
«¿Qué actividad productiva y esencialmente humana le quedará? Si la violencia es la comadrona de la historia y la acción violenta, por tanto, la más dignificada de todas las formas de acción humana, ¿qué pasará cuando, después de la finalización de la lucha de clases y de la desaparición del Estado, ya no sea posible ninguna violencia?»: reflexiona Arendt en la obra citada.