Ignacio Escañuela Romana
Ahora me siento en esta orilla del universo a observar el paso sobre mí de infinitos mundos desconocidos. Sueño con lugares lejanos que jamás podré conocer, inmensas galaxias repletas de materias extrañas, organismos vivos inverosímiles, reacciones energéticas increíblemente densas, llamaradas de sonidos en frecuencias imperceptibles que me atraviesan como si una nada me formase, ondas que me zamarrean como si fuese un mero muñeco, vibraciones extraordinarias del principio. Pienso en que todo surgió de la nada y que jamás podré comprender esos sencillos conceptos: ser y nada. Me temo que ningún hombre podrá jamás lograr entender la realidad que corresponde a esas simples funciones de ordenación, espacio y tiempo. ¿Cómo es posible que estemos aquí? ¿Quién trazó el mundo según el principio antrópico?
Sencillos principios, ideas claras, conclusiones confusas. Me convenzo de que en todas las funciones matemáticas que perfilamos siempre hay algo humano, demasiado humano. No nos bastan las relaciones y el orden, buscamos el qué y el por qué. Aquí sentado ahora, en mi corral, mirando desde una de estas playas a los soles y galaxias que se mueven ineluctablemente y me enseñan su pasado. Toda observación es un viaje, todo viaje lo es en el tiempo y el espacio. Ésa es quizá la primera ley: toda información precisa tiempo, toda lo es del pasado.
Recuerdo en mi adolescencia la extrañeza de este conjunto que llamamos cosmos. La rareza que percibí instantáneamente en la regularidad aparente. La sensación que me persigue ahí de carencia de sentido en el hecho de que soy y estoy aquí. ¿Por qué ahora y aquí y no entonces o después y en otro lugar? ¿Por qué escribo en 2021 y no en 2340 o en 234? ¿Por qué en esta playa y no en otra cualquiera? ¿Por qué la existencia?
A veces, es la verdad, me imagino manejado por un otro que me observa, como una especie de réplica de Solaris. Me imagino siendo utilizado como observatorio por una especie de dios lejano y poderoso. Como una marioneta, me muevo y conozco, y nada más. Y me figuro que ese dios no puede comprenderme: sabe lo que siento, pero no lo comprende, pues no es humano.
Entonces recuerdo que el hombre es: especie que aporta significado al mundo. Que lo convierte en un para sí. Una caña frágil pero pensante, Pascal. La apercepción kantiana.
Creo que quisiéramos dejar de pensar y reintegrarnos a los meros hechos simples. Reflexiono que no podemos. Entonces me siento en esta playa y observo las estrellas y los cúmulos, las galaxias, los horizontes lejanos. Estar en esa apartada cala insignificante se convierte, pues, en un privilegio. Pesa el conocimiento, pero merece la pena. Eso no me quita ni un ápice de la sensación de ignorancia y sin sentido. Pero desde este rincón escucho los ecos del universo, hermoso en sí mismo: y para mí.