Ignacio Escañuela Romana.
Fue como andar de cabeza, desde el principio hasta la terminación. Se reía a carcajadas, justo cuando habría tenido que llorar más. Como la conclusión de todo en el instante en que, ¡sorpresa!, nada finaliza. Creo, honestamente, que desde aquel momento todavía sigue tronchándose a carcajadas para hartazgo de quienes le rodean. Sin embargo, verle en el punto irónico final, donde ya nada importa, me cambió la vida. El encuentro más vital que haya mantenido, el momento del no retorno. Desde entonces, ¡oh, lo siento!, mas nada en realidad, tiendo a reírme hasta doblarme. Pierdo la respiración, me descoyunto y, ¡claro!, disfruto a morir. Por eso, hago esta genuflexión justo ahora y desaparezco. Si pudierais escucharme …