Ignacio Escañuela Romana
He tomado los recuerdos sensatos y he hecho una pira con ellos, su lumbre me reconforta en los inviernos brumosos. Tomé todas las ofertas atractivas y me carcajeé de ellas. Todavía pisoteo las últimas y escucho su crujido. Ahora me miro al espejo, nocturno, mientras luces iluminan violentas el firmamento. Proyecto sobre ellas, superpuesta, a Calipso, su cuerpo desnudo ardiente, su sonrisa burlona y rebelde. Yo, mortal, ya no podré verla de nuevo. Atormentado, me pregunto cómo pude abandonarla. Rugiente el interior, me acerco a las playas cuando las olas ríen con la arena y tomo noches de deseos violentos. Me digo que sí, soy estúpido. Entonces borracho perdido, soy capaz de dormir y sueño con la ola que en la costa de Ogigia acaricia su cuerpo perfecto, eterno, ardiente, para viajar largas millas y llegar hasta la orilla en donde estoy y murmurarme sobre ella. La veo, entonces, acaricio y deseo no ver amanecer.