Ignacio Escañuela Romana
Fue al levantarme, di unos pasos vacilantes y, de repente, pero de modo esperado, me adentré en la oscuridad. Allí, pero sin lugar, no podía medir formas ni volúmenes, nadie había, la luz había desaparecido. Entonces me di cuenta, sentí una profunda tristeza y pesadumbre, de las experiencias que pasan y no retornan, y de las que ni siquiera fueron aunque existieron como posibilidad. Sensaciones evanescentes, ir impulsado en vientos lejanos hacia eso que es nada y lo es todo.
Tiempo como existencia, en la consciencia de lo que había sido y estaría. La vi claramente, aquella noche de verano en calles desiertas, suave brisa cálida, en cielos estrellados, sequedad. Sonriendo y mirándome.
Creencia y voliciones se evaporaron. Y, aunque deseaba salir, no pude ya hacerlo. Escribo y habito desde aquella mañana ahí. Y las palabras no me bastan para expresarme. Atisbo una y otra vez una calle estrecha, placita al fondo en penumbra, sus ojos en la risa.
Las que puedo musitar las arrojo aquí, como un viento.
Parece un recuerdo que, despuès de estar dormido, vuelve a manifestarse.
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