Volver

Ignacio Escañuela Romana

Lleva toda la mañana con el dichoso tango en su cabeza, «pagando antiguas locuras / y ahogando mi triste queja», tararea mentalmente, aunque no quiera, arrastrándose a través de pasillos y mesas, conversaciones y sonidos de crujidos y golpes, oídos que no escuchados, libros y alegaciones, sol y sombra por las ventanas laterales, futuros absurdos asomando por las esquinas más recónditas, la esperanza abandonada en algún vaso de café olvidado del principio, al levantarse con la sábana casi pegada.

Pagando, sí, se dice, pero ¿Qué locura? Ojalá fuese al menos eso y no el triste recorrido de repeticiones aburridas hasta la extenuación. Penas, sí, repite, las de vivir y no vivir al mismo tiempo.

Entonces, carecer de historia, «yo soy reo sin ambiente», recuerda, va el día de Gardel en ese viernes mustio y adocenado en el que agonizar a falta de vida.

De repente, siente la lucha con la luz que le asalta de fluorescentes tristes del pasillo, del ocre de losas colocadas allí para andar sin desplazarse, para respirar sin aire. Como triste ejemplo de lo que es y ha sido, de la falta de pecados, la expresión de un uno mismo vacío, el rebote contra el hecho desnudo, la frente, sí, vaya con el tango, responde para sí, marchita…

Amainante

Ignacio Escañuela Romana. Del libro Absortando. Editorial Caligrama, 2023.

Claro, me cuesta recordar, admitir. Sangro cuando me contemplo, me percibo y no soy capaz de aceptar… No sé dónde estoy ni quién soy, imposible. De modo que duele y me arrastro, y las noches son días abiertos y los días son sornas cerradas, las galernas se me antojan calmas chicas y las cuatro de la tarde bajo el tórrido sol una sombra.

Por todo ello, me siento y noto el bombeo de mi corazón, y comprendo que es un viaje hacia ninguna parte, a través de enigmáticos árboles y sombras sibilantes que susurran mientras, lo sé, me contemplan.

Solo la soledad me alivia: estar conmigo mismo en ese dolor puro mientras capto la presión de un universo absurdo, las risas de las locas leyes y el aullido de permanecer… Entonces misteriosamente llega un amainante punto en el tiempo, en mitad de toda la pulsación, justo cuando, totalmente perdido y desarbolado, comprendo.

En vientos

Ignacio Escañuela Romana

¿Desperté o soñé?, ¿abrí los ojos o bien los cerré? Me pregunto si respiré o lo vi justo en el momento en que anhelante la inhalación yací cerca de la muerte por un instante. ¿De día clareando o por la noche cerrada? Pero sí sé que sobre cielos azul pálido, en vientos de calima, pájaros negros surcaban de oeste a este en inmensas bandadas. Huyendo del fin del mundo que se aproximaba ineluctable.

«Tiempo», musita

Ignacio Escañuela Romana

A través de la salvaje tarde de la chicharra, cuando el suelo humea ardiendo en su polvo, golpeado violentamente por el solano, conforme los árboles se rinden bajo ese sol riente y sueñan con noches en boiras eternas, cuando el caminante se inclina buscando su sombra y semeja golpeado por la luz, sintiendo enormes riachuelos de sudor salvaje corriendo por su piel, la ropa deja pasar el vapor y el hombre semeja tendido hacia la planicie para esconder su ser. A través de todo ese instante, recordarla, sonriente y observándole, pensativa, en una noche del suave valle, entre pipas quemadas de girasol, bajo estrellas fugaces de las perseidas. «Tiempo», musita, «olvídame».

Añorando. Absortando

Añorando

Ignacio Escañuela Romana.

Libro: Absortando. Año 2023. Ignacio Escañuela Romana. Editorial Caligrama.

Había trabajado en el norte todo el año y ahora volvía hacia el sur. Ese sur de veranos interminables, llantos en las llanuras resecas. Allí donde la risa lleva un quejido amargo y las gentes esconden el dolor punzante bajo la alegría. Añoraría la sinceridad norteña y tardaría en acostumbrarse al velo público, el sistema de un mundo. Pero ahora deseaba un cielo abierto azul y sentir el calor asfixiante en su piel. Sudor a mares y cervezas heladas en las puestas de sol de un bar de esquina, mientras escucharía las constituyentes historias, las bromas esperadas.

Cambiaría las tardes largas del verano de claroscuros de la costa oceánica por las noches sudorosas de sábanas que se pegan y te invitan a estar charlando sobre lo humano y divino con los amigos. Perdería el contacto directo con los riscos que conducen a la visión de la galerna inmisericorde del Atlántico Norte: hondas nubes negras como el infierno que se aceleran hacia el mundo con vientos helados y salvajes de las procelas. Querría, ante todo, escribir, fijar palabras exactas y poderosas en el papel, para que, así, hablasen por sí mismas, trasladando emociones de las experiencias, mostrando mundos alternativos y soñados.

Dice la canción de Vegas que el mal habita en el norte, en la última casa del pueblo, al andar la ruta de Mon. Había ido religiosamente a verlo, con temor, pero afortunadamente sin éxito.

Ahora escucharía el timbal profundo de la naturaleza sureña como la llamada del Cthulhu salvaje, en las noches donde el calor asciende desde el suelo y desde los arroyos silentes. Cuando el mundo carecía de nombres y era feliz en sí mismo: el Sur los inventó y se creó a sí mismo. Desde entonces el Norte los retomó para elaborar el trabajo y enseñarle las posibilidades ocultas.

Largos sueños en busca de la ciudad perdida, eso deseaba. Añoraba lo dejado atrás, deseaba acercarse a los cielos azules en patios interiores, amargaceas suaves que barren el calor en las reuniones de vecinos sentados en la calle. Donde su origen yacía.

Carcajadas

Ignacio Escañuela Romana.

Fue como andar de cabeza, desde el principio hasta la terminación. Se reía a carcajadas, justo cuando habría tenido que llorar más. Como la conclusión de todo en el instante en que, ¡sorpresa!, nada finaliza. Creo, honestamente, que desde aquel momento todavía sigue tronchándose a carcajadas para hartazgo de quienes le rodean. Sin embargo, verle en el punto irónico final, donde ya nada importa, me cambió la vida. El encuentro más vital que haya mantenido, el momento del no retorno. Desde entonces, ¡oh, lo siento!, mas nada en realidad, tiendo a reírme hasta doblarme. Pierdo la respiración, me descoyunto y, ¡claro!, disfruto a morir. Por eso, hago esta genuflexión justo ahora y desaparezco. Si pudierais escucharme …

Anochecido

Ignacio Escañuela Romana. Libro: Absortando. Editorial Caligrama. 2023.

Vi un sol mortecino mientras el tiempo tragaba la vida, sin esperanzas. En los últimos momentos del mundo conocido, esperando la muerte desasosegante, en los segundos que pasan como si estuviesen quietos, mas desaparecen, en las últimas preguntas constatadas de sí mismas.

Justo al final del universo, esperando la nada fría sin luz, en el viento helado, la devoración. No encontré la razón, era simplemente así.

En la noche privada de luz fulgurante, cuando hubiese preferido estar dormido y no en vigilia, contemplando el futuro en el final de todo.

Decir adiós

Una visión personalísima de Marlowe. El detective de Chandler.

Ignacio Escañuela Romana.

Si me preguntasen a quién recomendaría para aprender a escribir leyéndolo: Raymond Chandler, directo, conciso, expresivo, vigoroso, nunca desenfocado. Cuidaba la escritura como un jardinero ama sus plantas. Esperaba el ritmo exacto, la expresión clara.

Sobre todo, Marlowe será siempre el hombre solitario, dubitativo pero de convicciones. Representa al existente que se niega a dejarse ir, que no admite la adaptación. Expresa, nos dice Chandler, los principios en un mundo donde éstos se venden o cambian. Quien se presenta en casa del magnate y piensa en rescatar a la doncella en el friso de la entrada, soltándole los nudos que la aprisionan.

Marlowe el que se despidió lentamente de su amigo en el Largo Adiós: mientras aún merecía la pena. Aunque después siente la profunda soledad del pasillo por donde el antiguo amigo se aleja. El antiguo amigo por el que estuvo dispuesto a ir a la cárcel.

Leyéndolo en una lejana posta del autobús, camino a Madrid, hace tantos años. De noche, en busca de un mundo distinto, respirando el frío de un día de diciembre. me impresionó la exactitud de sus descripciones, la prosa medida. Sobre todo, sentí la enorme soledad y amargura de un hombre de ideas claras, zarandeado por el mundo. Quizá un personaje de ademanes caballerescos perdido en medio de la nada de la sociedad utilitaria, en mitad del fragor del todo se vende o compra. Releí una y otra vez, aquellos meses, el Largo Adiós, el Sueño Eterno, la Dama del Lago, la Hermana Pequeña, …

En fin, el detective que juega al ajedrez por las noches, contra el libro, mientras va reflexionando sin encontrar respuestas a lo vivido. Que da de comer al gato cuando éste, espíritu libre, se digna a aparecer. Quien declara sobre sí mismo: «cuando me liquiden en un callejón oscuro …nadie va a tener la sensación de que su vida se ha quedado sin sentido».

Lo recuerdo porque siempre se desea, en el fondo, ser como él. Capaz de soportar tanto amenazas y golpes como, sobre todo, intentos de comprarle. Capaz de ser contratado por cinco dólares por quien nada tiene. Quien sudó largamente en medio de las orquídeas de un hombre que sobrevivía por el calor del invernadero. Quien fumó para que ese hombre, henchido de dinero, pudiera saborear el tabaco a través del olor, mientras se lamenta de tener los placeres secundarios de otros hombres que los experimentan.

¿Quién no ha soñado en ser solitario e incorruptible, para desafiar pues a todos los sentimientos y, al mismo tiempo, entenderlos todos? Marlowe, sin duda, el detective que rechazaba al mundo de valores corrompidos.

En la vida se mezclan, para todo lector, la vida misma y las lecturas. Las aventuras reales e imaginarias. Leer a Chandler significa dar un largo adiós siempre, de quienes se van despidiendo entre lecturas, en camino hacia el sueño eterno. Con alguna bravuconearía y un carácter corrosivo. «Decir adiós es morir un poco», afirma, justo cuando voy a retomar el autobús, un noche fría de diciembre, en camino a Madrid.

Refluyendo

Ignacio Escañuela Romana

«Mira hacia adelante, para no ver las catástrofes, como un ángel de Walter Benjamin que teme hacerse piedra. El viento feroz de su propia razón le impide girarse y le empuja. Quiere saber del pasado, del sí mismo dejado atrás, lejano, en sueños terribles y experiencias arrasadoras…»

Del libro Absortando, año 2023, Editorial Caligrama. Ignacio Escañuela Romana

Una historia

Ignacio Escañuela Romana

Herederos de Descartes y Galileo, Newton y Darwin, Spinoza y da Vinci, Marie Curie y Copérnico, … esperamos la gran innovación tecnológica que nos conduzca a la tierra de promisión, al paraíso en la Tierra. Como si pudiésemos encontrar por fin las respuestas todas a nuestras necesidades, la forma no sólo de saciar los deseos, sino de regularlos, la conclusión que acalle las preguntas interiores.

Sobre la cenizas de múltiples batallas y guerra inconmensurable, con tanto sufrimiento, soñamos con alcanza la paz eterna y completa, que estaría al alcance de la mano tras la próxima victoria.

Ahora lo es la inteligencia artificial, que debería de ayudarnos o conducirnos a las respuestas a la necesidad y la escasez, los problemas no resueltos, la crisis ecológica y social, la pobreza. Alguien a quien preguntar quiénes somos y lograr la conclusión. Y lo es la última de las guerra tras la cual la libertad sería posible finalmente, como tantas otras veces que la hemos soñado para, más tarde, recontar los enormes sufrimientos inútiles causados.

Y mientras esperamos ese fin de la historia, la felicidad perpetua, olvidamos las anteriores ocasiones en que lo pensamos y anhelamos. Como en una marcha loca en el tiempo, o contra él, simplemente seguimos corriendo y haciendo historia, deseando que no haya más inquietud, ni más desesperación. En una especie de ida hacia lo posible, olvidamos el camino de retorno que nos devolvería a Ítaca. No importa, escuchamos los himnos de guerra de la historia y anhelantes de victorias avanzamos impertérritos.