Ignacio Escañuela Romana.
Me pregunto cuál sea el origen del mal.
Nacho Vegas nos dice que habita en la última casa de San Martín. Pasando a otro nivel, San Agustín decía que no tenía entidad propia, era sólo la ausencia del bien. Claro, Lovecraft le dio un impulso metafísico: «la vida es algo espantoso», sólo nos salva la ignorancia. Pero todos estos horrores huyeron al galope ante la guerra mundial y los campos de exterminio. De repente, el hombre se mostró como la más feroz maldad contra sí mismo.
Mientras Sartre nos indicó que el horror está en los demás, las rubbaiyat nos señalan que el infierno está en uno mismo (y el cielo, teóricamente, nunca he tenido experiencia de esto, sí de ese infierno). Conrad nos lo sitúa en el poder como expresión del corazón humano, de lo que somos. El horror.
Hemos aplicado todo nuestro ingenio para hallar nuevas y más exitosas formas de torturar y exterminar. Leer el Informe Sábato estremece. Sobre todo, porque uno comprende que había una doctrina teórica para justificar los crímenes contra la humanidad. Quizá unas veinte millones de personas fueron asesinadas por la Alemania nazi. También veinte millones en la Unión Soviética. Etc. Etc.
Apenas he dado unas pocas de notas sobre el mal. Sin embargo, lo tengo claro: habita allí donde un ser humano es torturado, asesinado, sus derechos son pisoteados, por el hecho de ser un ser humano. Me gustaría pensar que la historia progresa hacia una paz del tipo kantiano: que ese mal desaparezca.
Me llama la atención la increíble capacidad que hemos tenido de justificar, de un modo u otro, genocidios y crímenes contra la humanidad. Aquí en España tenemos un ejemplo desgraciado y terriblemente doloroso, ni más ni menos que los demás ejemplos de barbarie: unos 140.000 civiles españoles fueron asesinados por la represión franquista. Repaso: los genocidios armenio, ucraniano, Ruanda, los Jemeres Rojos, … …
El mal en la literatura palidece frente a ese horror continuado. Pero no el mal filosófico: nuestra extraña capacidad de explicar estos crímenes, sin lo que no serían posibles.
Dejo aquí el famoso poema de Dan Pagis:
«Acá, en este envío,
yo, Eva
con mi hijo Abel.
Si ven a mi hijo mayor,
Caín, el hijo de Adán,
díganle que yo»