Hablar, callar

Ignacio Escañuela Romana

voy a ocultarme en el lenguaje
y por qué
tengo miedo
 

(Pizarnik)

Y entonces me pregunto: ¿qué dice el lenguaje?, ¿hasta dónde llega? ¿Qué queda más allá, como inexpresable? ¿Guardamos lo más importante más allá de las palabras? ¿Qué miedo está oculto?

«De lo que no se puede hablar, hay que callar», dice Wittgenstein, pero refiriéndose a lo metafísico, al sentido del mundo y la existencia. No es esto lo que me pregunto, además de ser tan dudoso como que es una afirmación contradictoria: hablar para decir que no debería haber hablado, ya que no puedo hablar sobre aquello no expresable, ni siquiera para decir que no puedo hablar de ello (lo que precisa un conocimiento previo).

Claro, la naturaleza es muda, nos dice Benjamin. El hombre dice, las cosas son.

Pero no me refiero aquí al sentido final o lo divino, o el ser, sino a la sensación o emoción humana, específica, irreductiblemente individual. Aquello que sentimos de forma tan potente que la palabras lo que hacen es esconderlo. Tal vez enmascarar ese miedo que nos señala Pizarnik.

¿O crean las palabras una historia y, entonces, las emociones se ordenan dentro de ese relato?. Algo parecido a lo que nos dice Murakami a mitad de la novela Sputnik: vivimos en la duda y decidimos cómo vivir, o cómo contárnoslo, sin abandonar esa duda inicial.

En fin, Te iba a decir una palabra pero no pude, se lamentó Hikmet. Esa palabra de la que, quizá, nos acordemos siempre, como testigo de nuestra imposibilidad.

El mal.

Ignacio Escañuela Romana.
 
¿Cuál es el origen del mal? 
 
Quizá habite en la última casa de San Martín, como cantó Nacho Vegas. O, tal vez, sea mejor quedarse en la ignorancia, como nos susurró Lovecraft, la vida como espanto. Como los campos de exterminio de la época contemporánea pueden atestiguar. Atrás, lejano, nos queda San Agustín, con el mal como simple ausencia del bien.
Lovecraft le dio un impulso metafísico: «la vida es algo espantoso», sólo nos salva la ignorancia. Pero todos estos horrores huyeron al galope ante la guerra mundial y los campos de exterminio. De repente, el hombre se mostró como la más feroz maldad contra sí mismo.
 
Sí, el horror está en los demás, nos dijo Sartre. O, peor, el infierno está en uno mismo, Khayyam lo escribió (y el cielo, teóricamente, nunca he tenido experiencia de esto). Conrad nos lo sitúa en la selva que enseñó a ese hombre idealista, que se adentró en ella, su verdad, el poder como expresión del corazón humano. El horror.
 
Hemos aplicado todo nuestro ingenio para hallar nuevas y más exitosas formas de torturar y exterminar. Leer el Informe Sábato estremece… Sobre todo, porque uno comprende que había una doctrina teórica para justificar los crímenes contra la humanidad. Quizá unas veinte millones de personas fueron asesinadas por la Alemania nazi. También veinte millones en la Unión Soviética. La represión franquista en España. Ruanda. Etc. Etc. Han existido tantos genocidios y matanzas …
El mal en la literatura palidece frente a ese horror continuado. Pero también con mal filosófico: nuestra extraña capacidad de justificar estos crímenes, sin lo que no serían posibles.
¿Entonces?
 
«Acá, en este vagón,
yo, Eva
con mi hijo Abel.
Si ven a mi hijo mayor,
Caín, hijo del hombre,
dile que yo»
(Dan Pagis)

Mito, Ulises

Ignacio Escañuela Romana

¿Cómo se han utilizado los mitos en la filosofía?. Tomo la historia de Ulises y las sirenas. Por ejemplo:

https://www.rtve.es/play/videos/mitos-y-leyendas/ulises-odiseo/1557722/

Homero nos cuenta: «Entonces mi corazón deseo escucharlas y ordené a mis compañeros que me soltaran haciéndoles señas con mis cejas , pero ellos se echaron hacia delante y remaban, y luego se levantaron Perimedes y Euríloco y me ataron con más cuerdas, apretándome todavía más». Todos los compañeros tienen los oídos tapados con cera.

Homero no nos revela el contenido, ni la forma, del canto. Él mismo no parece conocerlo. Tal vez, sería tan seductor que nos impulsaría a la perdición.

Adorno y Horkheimer utilizan en su Dialéctica de la Ilustración este mito. Lo expongo a continuación.

Su Canto, de las sirenas, contiene «la promesa irresistible del placer», que amenaza a ese yo que controla el uso del tiempo. Quien sigue el Canto, se pierde: abandona ese yo que controla nuestra vida, dominando nuestro presente, planteándolo en función del futuro que queremos y el pasado vivido. Que controla el tiempo y lo que hacemos con él. «The way of civilization has been that of obedience and work» (p. 26, Dialéctica de la Ilustración).

Avancemos en la comparación, los trabajadores en la sociedad estarían en la situación de los marineros que se tapan los oídos: «Workers must look ahead with alert concentration and ignore anything which lies to one side» (p. 26). Ulises es el propietario, quien se permite escuchar la atracción del placer o arte, fuera del cálculo del tiempo: «the bourgeois denied themselves happiness the closer it drew to them with the increase in their own power» (p. 27).

Los marineros no se destapan los oídeos y obedecen al propietario al no desatarlo: «they reproduce the life of the opressor as a part of their own» (p.27). Es lo que Marx llamó alienación: en el proceso productivo, cuando los individuos apoyan una situación que objetivamente va contra sus intereses reales.

En definitiva, Odiseo o el propietario no se abandona a sí mismo y su objeto es el control del trabajo, el poder. Los marineros a su mando, aunue más cercanos a la realidad, no pueden disfrutar de su trabajo porque lo realizan bajo obligación o poder ajeno (p.27)

Con el progreso técnico, dicen estos autores, la humanidad se encuentra en situaciones de dominación en las que los instintos no son libres, sino sujetos a represión. La máquina se convierte en la máquina de control.

Entonces, imagino ser Ulises. El canto del placer completo me cautiva, mas, atado, sin que mis compañeros me echen cuenta, no puedo acudir. Pasa la miel por delante de mis labios y no puedo degustarla. Prosigue el viaje e, irremediablemente, nunca volveré a ser el mismo.

La consciencia (Hegel)

Ignacio Escañuela Romana

Kant había planteado la consciencia desde un doble punto de vista. Por un lado, como apercepción (unidad sintética) o sujeto cognoscente, para el que toda percepción va acompañada de la consciencia de tenerla, de que es mía (ese «pienso, existo» cartesiano o evidencia directa del yo para sí mismo). Por otro, como voluntad que acompaña a la razón práctica: querer seguir las normas universales del imperativo categórico). Ese querer es existente para sí mismo. Al menos, así entiendo en Kant la posición del sujeto, del yo.

Pero en Hegel cambia esto y se pasa a una perspectiva colectiva social, el yo se constituye en las múltiples formas cómo se relaciona con los otros y con el mundo. De nuevo, así lo entiendo yo en Hegel. En sus primeros escritos, afirmaría la existencia de una triple relación de objetivación o formación del sujeto. De interacción entre sujeto y objeto, o del sujeto hacia sí mismo como objeto. Lo explico con el detalle de estas relaciones (sigo de cerca aquí la interpretación que le da Habermas (Habermas, J. (1984). Ciencia y técnica como» ideología» (pp. 101-101). Madrid: Tecnos).

Llamemos relación 1 (simbólica) a la que tiene el sujeto o yo con el lenguaje. Relación 2 (trabajo) del sujeto con la naturaleza cuando, tomándola como instrumento, la transforma. Relación 3 (sociedad, que él llama «familia») del sujeto con otros sujetos.

Veamos, la relación 1 es del hombre con la creación de símbolos que él hace.  Recordar que un símbolo es un signo arbitrario (terminología de Casssirer, el filósofo de las formas simbólicas): que significa algo y podemos cambiarlo a voluntad. Por ejemplo, puedo designar al mismo objeto con «mesa» o «table». Así, creo palabras de cosas que ni siquiera existen: un «minotauro», un «unicornio»,… Puedo hablar del pasado y del futuro, no existentes ahora mismo. Hablo de «muones» y «electrones», de la «gravedad», del «bien» y el «mal», etc.

¿Y la relación 3?. Fichte: tenemos una relación con los otros en tanto los consideramos dentro de nuestra consciencia, de la subjetividad del saberse a sí mismo. Yo soy consciente porque lo soy de los otros en mi interior. Toda la dialéctica entre los yoes que son tú para el otro se da dentro de la subjetividad del saberse a sí mismo. Pero Hegel opone una dialéctica del yo y del otro en el marco de la intersubjetividad del espíritu: en la interacción entre los sujetos que se ven con los ojos del otro sujeto. Un entrelazamiento de perspectivas, indica Habermas. El término «espíritu» puede entenderse como sociedad o intersubjetividad, entiendo: como un «espacio» de mediación entre los sujetos donde éstos se constituyen, se desarrollan.

Hegel criticaría, pues, a Kant, considerando a la consciencia en ese filósofo como una abstracción, entendamos este concepto como un vacío en el interior de ese yo, en el que se sabe a sí mismo pero como una petición de principio.

El yo como encuentro del particular, yo, y del universal, todos los yoes.

La relación 2 (trabajo) es la transformación del mundo, de la naturaleza, en la que nos formamos a nosotros mismos. Esa actividad a la que Marx dará tanta importancia y dirá que las ideas hegelianas pasan ahora a ser la actividad de producción y reproducción material de la vida. entiendo que Hegel subordina esta actividad al hecho social, pues en la dialéctica del amo y el esclavo, la lucha por el reconocimiento entre las consciencias (el deseo humano, el deseo de que el otro desee) inicia la historia y, sólo entonces, el esclavo desarrollará la cultura al trabajar. Sobre la dialéctica del amo y el esclavo la siguiente entrada.

Un acertijo

Ignacio Escañuela Romana

Entonces, inquieto, tiritando de frío en la noche, me levanto y me pregunto acerca de dónde esté Uqbar y, si llegando por fin allí, podré acceder a Tlön. Tal vez articulando las preguntas en una de las lenguas del hemisferio austral, me digo. ¿O será que estoy en Uqbar ya, buscando la Tierra, intentando pensar en una de las lenguas del hemisferio boreal producto en el tiempo de las conquistas de un imperio desaparecido?.

No puedo olvidar y soñar, de forma que me estremezco en la suave corriente.

Decir adiós

Una visión personalísima de Marlowe. El detective de Chandler.

Ignacio Escañuela Romana.

Si me preguntasen a quién recomendaría para aprender a escribir leyéndolo: Raymond Chandler, directo, conciso, expresivo, vigoroso, nunca desenfocado.

Marlowe es siempre el hombre solitario, dubitativo pero de convicciones éticas. Representa al existente que se niega a dejar ir sus convicciones. Expresa, nos dice Chandler, los principios éticos en un mundo donde éstos se venden o cambian. Quien se presenta en casa del magnate y piensa en rescatar a la doncella en el friso de la entrada, soltándole los nudos que la aprisionan.

Marlowe el que se despidió lentamente de su amigo en el Largo Adiós: mientras aún merecía la pena. Aunque después siente la profunda soledad del pasillo por donde el antiguo amigo se aleja. El antiguo amigo por el que estuvo dispuesto a ir a la cárcel.

Recuerdo leyéndolo en una lejana posta del autobús, camino a Madrid, hace tantos años que no sabría decir cuántos. De noche, en busca de un mundo distinto, respirando el frío de un día de diciembre. me impresionó la exactitud de sus descripciones, la prosa medida. Sobre todo, sentí la enorme soledad y amargura de un hombre de ideas claras, zarandeado por el mundo. Quizá un personaje de ademanes caballerescos perdido en medio de la nada del capitalismo, en mitad del fragor del todo se vende o compra. Releí una y otra vez, en Madrid, aquellos meses, el Largo Adiós, el Sueño Eterno, la Dama del Lago, la Hermana Pequeña, …

El detective que juega al ajedrez por las noches, contra el libro, mientras va reflexionando sin encontrar respuestas a lo vivido. Que da de comer al gato cuando éste, espíritu libre, se digna a aparecer. Quien declara sobre sí mismo: «cuando me liquiden en un callejón oscuro …nadie va a tener la sensación de que su vida se ha quedado sin sentido».

Lo recuerdo porque siempre se desea, en el fondo, parecerse lo más posible a él. Capaz de soportar tanto amenazas y golpes, como, sobre todo, intentos de comprarle. Capaz de ser contratado por cinco dólares y, al mismo tiempo, solicitar altos salarios a un multimillonario. Quien sudó largamente en medio de las orquídeas de un hombre que sobrevive por el calor del invernadero. Quien fumó para que ese hombre, henchido de dinero, pudiera saborear el tabaco a través del olor, mientras se lamenta de tener los placeres secundarios de otros hombres que los experimentan.

¿Quién no ha soñado en, solitario, desafiar a todos los sentimientos y, al mismo tiempo, entenderlos todos?. Marlowe, sin duda, el detective que desafiaba como existente al mundo de valores corrompidos.

En la vida se mezclan, para todo lector, la vida misma y las lecturas. Las aventuras reales e imaginarias. Leer a Chandler significa dar un largo adiós siempre, de quienes se van despidiendo entre lecturas, en camino hacia el sueño eterno. Con alguna bravuconearía y un carácter corrosivo. «Decir adiós es morir un poco», afirma Marlowe, justo cuando voy a retomar el autobús, un noche fría de diciembre, en camino a Madrid.

En la dualidad de la historia

Escañuela Romana, Ignacio

Mayo, 2022

El hombre antiguo vivía en un lugar suyo y de otros, formando comunidades con identidad. Pertenecía a esa sociedad y a ese entorno, como se es y se piensa. Sí, un apéndice, pero con su propia verdad y su voz. No era un nombre, sino un apodo definitorio y su familia era un linaje. Vivía en la necesidad y en la inseguridad, mas lo aceptaba como un hecho más de la naturaleza implacable. Aunque le dolía, sí, desesperaba de su condición.

No, no era bueno por naturaleza, la guerra existe desde que el hombre aprendió a reconocerse y a fabricar y modificar su ambiente. No, no había igualdad estricta, porque el poder está presente en todas las sociedades, desde que fueron creadas como un determinado de la historia.

Sí, quería prosperar. A menudo, la tradición de su lugar le pesaba como un
fardo y despotricaba.

Entonces llegó la modernidad. No fue el primer paso, pero sí uno diferencial y relevante. Su espíritu es la regla y la uniformidad, somete naturaleza y hombres a regularidades justificadas. El hombre se siente dueño de sí mismo y de su condición. Es el Ulises de Adorno y Horkheimer. El dominio dejó de ser algo anecdótico y tradicional para pasar a estar sometido a una nueva legitimación.

Entonces, el hombre pensó que acariciaba la inmortalidad y la omnipotencia, y encumbró la ciencia como instrumento eficaz, una segunda naturaleza, una verdad indubitable, aunque en teoría incierta.

La regla, la propiedad de adecuación universal a una regularidad establecida, estudiada y fundada, borró las identidades locales y familiares, así como la personal. Había perdido el valor único y el hecho de ser, en el tiempo, como la naturaleza, ahora, no obstante, puesta enfrente como enemiga de la que extraer utilidades. Lo específico se difumina en el tribunal del orden, el valor a obtener, el instrumento sometido a mi poder. El Estado aniquila el derecho de familia de Antígona y la obliga a desaparecer.

Nada parece entonces imposible. La ciencia nos promete el paraíso de la
eternidad y la relegación de la enfermedad al olvido. Vivimos como casos, nos hemos definido como ejemplos, nos hemos concentrado en poseer, instrumentalizar el tiempo; anularlo y someter al mundo al deseo. Las comunidades han desaparecido, sólo quedan las aglomeraciones de
individuos. El apodo se perdió, se conserva la etiqueta.

A cambio, el horror a la muerte y la enfermedad, porque ahora aspiramos a
su derrota, y la alienación de mi significado como posesión de otros y otras personas. Leo, pues, los libros de historia y me asombro de cómo las personas podían ser felices y desear, amar y trabajar, en medio de la calamidad y con la muerte presente. Epidemias como la peste negra, en medio de la impotencia humana. Aunque sé que en el futuro, espero, generaciones que ni imagino se preguntarán cómo podía yo aceptar enfermedades y realizar tantos trabajos físicos, y tener tantas fallas físicas y psicológicas. Posiblemente en un mundo de una nueva especie, perfecta y casi inmortal. Si antes no nos hemos aniquilado a nosotros mismos. ¿Podrán comprender el mundo de un ser mortal y privado?

Pero es cierto, también, que me levanto y existo, y sé que mi presencia en
lugares por lo que paso, trabajo y vivo, es circunstancial, un engranaje más. La clasificación. En una sociedad, además, donde el poder de unos sobre otros es cada día más fuerte y la obligación de rendir, y ser útil y eficiente, me persigue todo el día, y la noche.

Reflexiono y me doy cuenta de que esto está empezando, que vamos corriendo hacia el control de la naturaleza y la sociedad, la transformación del hombre y la estabulación del tiempo, en medio, sí, de desastres climáticos y guerras, ante esa realidad tan terrible que tanto nos define como hambrunas y enfermedades superadas para millones de congéneres iguales a nosotros. Entonces paseo tranquilamente y siento que soy, ese cogito cartesiano del que tengo certeza, y me esfuerzo en sentir esa existencia.

https://orcid.org/0000-0002-5376-0543
https://philpeople.org/profiles/ignacio-escanuela-romana

En las playas

Ignacio Escañuela Romana

Ahora me siento en esta orilla del universo a observar el paso sobre mí de infinitos mundos desconocidos. Sueño con lugares lejanos que jamás podré conocer, inmensas galaxias repletas de materias extrañas, organismos vivos inverosímiles, reacciones energéticas increíblemente densas, llamaradas de sonidos en frecuencias imperceptibles que me atraviesan como si una nada me formase, ondas que me zamarrean como si fuese un mero muñeco, vibraciones extraordinarias del principio. Pienso en que todo surgió de la nada y que jamás podré comprender esos sencillos conceptos: ser y nada. Me temo que ningún hombre podrá jamás lograr entender la realidad que corresponde a esas simples funciones de ordenación, espacio y tiempo. ¿Cómo es posible que estemos aquí? ¿Quién trazó el mundo según el principio antrópico?

Sencillos principios, ideas claras, conclusiones confusas. Me convenzo de que en todas las funciones matemáticas que perfilamos siempre hay algo humano, demasiado humano. No nos bastan las relaciones y el orden, buscamos el qué y el por qué. Aquí sentado ahora, en mi corral, mirando desde una de estas playas a los soles y galaxias que se mueven ineluctablemente y me enseñan su pasado. Toda observación es un viaje, todo viaje lo es en el tiempo y el espacio. Ésa es quizá la primera ley: toda información precisa tiempo, toda lo es del pasado.

Recuerdo en mi adolescencia la extrañeza de este conjunto que llamamos cosmos. La rareza que percibí instantáneamente en la regularidad aparente. La sensación que me persigue ahí de carencia de sentido en el hecho de que soy y estoy aquí. ¿Por qué ahora y aquí y no entonces o después y en otro lugar? ¿Por qué escribo en 2021 y no en 2340 o en 234? ¿Por qué en esta playa y no en otra cualquiera? ¿Por qué la existencia?

A veces, es la verdad, me imagino manejado por un otro que me observa, como una especie de réplica de Solaris. Me imagino siendo utilizado como observatorio por una especie de dios lejano y poderoso. Como una marioneta, me muevo y conozco, y nada más. Y me figuro que ese dios no puede comprenderme: sabe lo que siento, pero no lo comprende, pues no es humano.

Entonces recuerdo que el hombre es: especie que aporta significado al mundo. Que lo convierte en un para sí. Una caña frágil pero pensante, Pascal. La apercepción kantiana.

Creo que quisiéramos dejar de pensar y reintegrarnos a los meros hechos simples. Reflexiono que no podemos. Entonces me siento en esta playa y observo las estrellas y los cúmulos, las galaxias, los horizontes lejanos. Estar en esa apartada cala insignificante se convierte, pues, en un privilegio. Pesa el conocimiento, pero merece la pena. Eso no me quita ni un ápice de la sensación de ignorancia y sin sentido. Pero desde este rincón escucho los ecos del universo, hermoso en sí mismo: y para mí.

Muy pronto

Ignacio Escañuela Romana.

«Muy pronto todos te habrán olvidado», nos dice Marco Aurelio. Le imagino sentado en el campamento del ejército, en una región para él alejada y pérdida, tras una escaramuza o una batalla, mientras oye los gritos de los heridos y los lamentos por los muertos, o las fiestas por estar todavía vivos y la victoria. Ante la enormidad de su responsabilidad colectiva e histórica, se sienta y escribe esto: no importa lo que haga, me desvaneceré en el tiempo y todo recuerdo conmigo.

Dice Arendt, y afirmaba Aristóteles, que un filósofo no debe ser gobernante. Pero este fue nada menos que emperador romano. Y lo fue en plena crisis del imperio. Además, fue efectivo, nos dicen los historiadores. Bueno, no todos ni mucho menos: Fraschetti destaca una política económica muy negativa. También se habla de la persecución de los cristianos.

Como fuere, en el campamento, pensando en la inmensidad del universo y sus leyes inamovibles, escribió en mitad de la batalla de hoy hacia la de mañana: «Una pequeña araña se enorgullece de haber cazado una mosca; otro, un lebrato; otro, una sardina en la red (…) y el otro, Sármatas. ¿No son todos ellos unos bandidos, si examinas atentamente sus principios?». Consciente de las contradicciones de su vida, se pregunta sobre si somos o no ladrones. Claro, me pregunto con él acerca de la corrección de la vida real que llevo. Mientras, recuerdo que muy pronto…

(1) Fraschetti, A. (2015). Marco Aurelio: la miseria della filosofia. Gius. Laterza & Figli Spa.

(2) Aurelio, M. (2019). Meditaciones (Vol. 5). RBA Libros.

Imposibilidad

Ignacio Escañuela Romana.

Una de las experiencias humanas más extrañas es el paso del tiempo. Es verdad, nos acostumbramos a él pero es raro que lo pasado no podamos alcanzarlo de nuevo y estemos condenados a irlo perdiendo, primero como recuerdos y después como un paso a la nada. Imagino que cuando adquirimos consciencia nos resulta angustiosa la pérdida constante de todo lo que vivimos, como si trozos nuestros los fuésemos dejando. Claro, nos consuela la sensación de que somos los mismos y de que cada vez sabemos más y percibimos mejor. Supongo que es un poco de azúcar que el tiempo nos entrega para que admitamos esa forma constante de muerte que es la vida.

Siempre me ha resultado extraño escuchar que hay que vivir intensamente, como si todas las vidas y experiencias humanas no tuviesen esa particularidad. Intensidad que procede de que sabemos que no podremos pasar más por esos puntos en los que estamos. Es más, pienso que las personas que rehúyen las sensaciones profundas lo hacen probablemente porque no pueden soportar el carácter radical de la vida y buscan algún refugio. En verdad, me digo, ¿no buscamos todos alguna parada en la vida frente a ese transcurso que nos va llevando hasta el fin?.

Creo que la extrañeza ante el cambio me llevó a la filosofía y confieso que creo que todos los hombres tienen siempre, aunque les pese, algo de filósofos. Reconozco, también, que la belleza del arte, su contemplación y carácter sublime, es otra opción. Posiblemente más completa y plena pero, al mismo tiempo, episódica y fragmentaria.

La vida, entonces, es la experiencia de la imposibilidad: de que no podremos volver a vivir los instantes del pasado y los estamos perdiendo. Bueno, algunas experiencias no está mal que se alejen, pero otras …. Supongo que la felicidad es justo ese momento en que pedimos al universo que el tiempo se detenga. Por supuesto, el universo no nos escucha y todo sigue. No hay más.