Un acorde

Ignacio Escañuela Romana

Quizá haya un acorde ignoto, la lengua con la que se creó todo. Tal vez si uno pudiese tocarla, entonces las esferas se moverían tal y como se desease en ese instante. Es posible que esa poesía y la lengua primordial la hayamos olvidado. Pero es probable que no nos pertenezcan, que sean inasibles para el hombre, que no podamos conseguirlas, que todo lo compongamos a nuestra imagen y semejanza, con las virtudes a nuestra disposición y los vicios que nos persiguen. El cielo y el infierno de Khayyam.

Pero, a veces, lo he atisbado en algunos poemas y algunos cantos. He elevado la vista a los cielos y lo he escuchado, sin comprenderlo, como una música de la belleza. En algunos ojos al esconderse, también, y en el viento cuando sopla del norte, pero también el poniente y el levante, levantando oleadas de humedad o de polvo. Cuando el sol reina y la chicharra toca, mas también cuando la nieve cubrió mis hombros y vi las estrellas en una noche clara del norte, ellas y yo solos, en un diálogo eterno que me aterró hasta lo más hondo. Una mirada, en esa penumbra que nos envolvía, el primer roce sentido, suave e intencional, la piel. El beso que jamás he llegado a entender, que acude a mi memoria en las mañanas de insomnio.

Tal vez, sí, supimos una vez del acorde, de la rapsodia recóndita, del soplo que levantó este universo. Oculto para nosotros, que ahora nos afanamos en construir mundos que son solo un otro igual al nosotros, que no nos satisfacen.

Imagino, más tarde, un tiempo nuevo de esperanzas, justo cuando deambulo por los sueños, por una boira inacabable en la selva cerrada, al despertar y encontrarme dormido en mí mismo, pero en mitad del universo.

Entonces, recito, quisiera hablar en la lengua, pero sé que sólo soy un hombre. Quizá vislumbro la eternidad mayestática. Tal vez escucho el rumor lejano de las olas que estremecen lo existente. Temo, sin embargo, que conforme ando y observo, todo se me escapa, absconditus.

https://papelescaracol.blogspot.com/2022/12/revista-los-papeles-del-caracol-numero-2.html

Huecos y palabras, ausencias

Ignacio Escañuela Romana

Leo, leo y releo y vuelta a empezar. Me bailan las citas extrañas, como el hueco y la vaciedad que viviese Marlowe en el Largo Adiós: como el espacio entre las estrellas. De pronto, de un modo inverosímil, Alberti: porque tenía una ciudad dentro y la perdió sin combate, y le perdieron. Sí: ahora «solo, en el filo del mundo». Me salta la cabeza en otro giro inverosímil y recuerdo a los que mueren y resucitan juntos, de Dylan. Claro, por algo Blas de Otero nos habla de la voz del hombre en el vacío inerte, por el silencio de Dios, mientras alrededoriza en la vida. Quizá entonces retornar a un tiempo sin milagros, a esbozar recuerdos cansados y costumbres fingidas, del que vuelve del Solaris de Lem. La veloz saeta de Góngora mientras la pesadilla me asalta, en noches solares de Pizarnik, creyendo oír el terrible canto del cárabo nocturno de Delibes, hecho ahora pájaros estrellantes de Lem.

Tengo que reconocer que las ideas se me agolpan a veces entre las lecturas. Sinceramente, a veces paseo y pienso en la razón por la que existimos y no estamos, o mejor no-estamos, en el no ser. Leibniz, claro. Bueno, Heidegger. Y recuerdo el ser metamórfico de Kafka y sus meditaciones tranquilas con el objeto de no actuar, esa caña valiosa de Pascal, pero que tronchada, lo que es inevitable, ya no es nada.

Despertaremos, dice Lao-Tse, y todo habrá sido un sueño. Pero esto no lo entiendo: sueño con los tormentos de Miguel Servet y la lucha del mosquito Castalión narrada por Zweig, destinada al fracaso: contra el elefante totalitario. Vine, vi y vencí de César no es efectivo, aunque la Guerra narrada por él merece ser leída.

Creo que sí, que es cierto que el hombre está hecho para la libertad, como le sucede al superviviente del campo de concentración de Grossman, y que el viejo pescador no nació para la derrota, afanándose contra todo para traer una triste espina, tal y como nos cuenta Hemingway; y que Mio Cid logró conservar su barba luenga, como intacto el honor.

Cantemos los cantos de alabanza a Aquiles y al Stephen que recorre la playa en una sinfonía de lo visible y lo audible, mientras va chascando conchas y fucus, en la oda de Joyce. Homero, quien no se atrevió a transcribir los cantos de las sirenas por miedo a que el lector/ oyente fuese atrapado. ¿O es la misma Odisea el canto transpuesto en papel de las sirenas?. Ulises llora entonces, por la perdida inmortalidad junto al amor, al verse obligado a partir por su consciencia.

Todo y nada, una vez inventada la palabra, con la que Gilgamesh se pregunta por la muerte, pero el Quijote la transciende con el valor aparente: acepta retirarse ante circunstancias insuperables, ordenando a Sancho que jamás cuente a nadie ese deshonor. El panadero de Carver. Pero antes, cuando el mundo era mundo y las palabras hubo que inventarlas, pero la estirpe ya era solitaria, destinada al exterminio, en García Márquez.

No me arrepiento de lo que he hecho, sólo de lo que no he hecho, nos dice Byron. Despertar a la serpiente: no deberíamos, le susurró Shelley. Y, no obstante, trajeron a Prometeo a la modernidad, atrayendo la ira de los dioses, en una temible noche que condujo a Mary Shelley a escribir. Me arrepiento, entonces, de lo que no he recordado aquí, de los sueños no transcritos, de los libros que me asaltan en mi mente y no he apuntado. También de los no leídos.

En fin, si los libros fueron sueños, quizá yo sea en realidad renglones en una novela, quizá un pie de página perdido. Tal vez todas las vidas sean esas hojas dispersas y recogidas al final de la novela de Eco, retazos de lo que pudo ser un orden de escritura, entre tantos posibles, en el temible silencio de los espacios de Pascal.

Me despido, apropiándome las palabras de Shakespeare: si yo, sombra insustancial os he ofendido, pensad que os quedasteis dormidos y yo sólo soy vuestro sueño. Disculpadme, pues.

En:

https://papelescaracol.blogspot.com/2022/07/revista-los-papeles-del-caracol-numero-1.html

El último

Ignacio Escañuela Romana

El último filósofo se levantará esa mañana titubeante, hará arder su café para sentirlo, observará las primeras luces del amanecer y entonces…

Sí, sólo quedarán breves comentarios inteligentes, ergotizando, sobre detalles triviales del todo conocidos. Sin dudas, sin problemas ni angustias, ese hombre se sienta todas sus mañanas a calcular lo pensado, analizar lo reducido, sintetizar conceptos sincategoremáticos. Poco a poco, lentamente, incluso los detalles del alba han tomado la tonalidad grisácea de una ligera, insustancial, boira. 

Sin embargo, por debajo de la superficie calma, una fuerte corriente le domina, una sensación persistente de la que apenas es totalmente consciente. Añora aquella época en la que el hombre, él, era mortal y la duda le devoraba el corazón. La sensación del vértigo del error. Recuerda aún cuando, siendo joven, sentía la llamada heraclítea, investígate a ti mismo.

Observa, mientras siente el sabor, amargo y terroso, deslizarse por su boca, su biblioteca desfasada, pendiente de una transmisión obsoleta hacia un cerebro que pensaba a través de una sucesión compleja y podía, debía, equivocarse. Cuando uno se veía obligado a seguir cadenas conceptuales y encontraba un cierto goce en hacerlo hasta el final.

Sí, recuerda, la filosofía habría buscado la esencia de los seres, la permanencia o el cambio, la ley, la función que explique y prediga, los entes conceptuales que den razón de todo lo expresable. Desde un sujeto innovador, habría tratado de profundizar hasta la verdad del propio escenario de la percepción. En fin, habría planteado la historia humana y su valor, junto con la certeza del poder transformador que adquirimos haciéndolo. Un deber universal, para todos y todo lugar. 

Pero, se dice, como había ido repitiendo en estos años de paso, se habría alcanzado la anhelada teoría del todo, la ecuación única que daría razón de todo lo pasado y futuro, incluyéndolo en las regularidades que explican. Ya no quedarían incógnitas, disueltas por una teoría abarcadora de lo más general y lo más específico, alcanzando a completar la comprensión de toda conducta y pensamiento humano, de todas sus motivaciones y estructuras, piensa. No quedaría nada recóndito, ninguna incertidumbre fundamental, tan sólo detalles y glosar las múltiples ramificaciones de las deducciones de esta teoría.

En definitiva, afirma en voz alta, para sí mismo, vivimos bajo un tremendo resplandor. Al preverlo todo, lo aplicamos para alcanzar la ansiada inmortalidad. No precisamos hogueras para el resto de libros ya escritos en una historia de intentos fracasados total o parcialmente. Los leen historiadores, pero no aportan nada pues el futuro está escrito y el pasado es una predicción más. Todo lo sucedido no es más que la necesidad de esa única ecuación. Recuerdos, entonces, curiosos de familia, que vemos en los ratos ociosos, que repasamos para construir una historia que, en verdad, es conocida eternamente.

Quedan, pues, las mañanas anhelantes tras las certezas huyentes. El deseo enfrentado a la realidad. Esa propia angustia que la verdad reduce. Un odio ferviente hacia la visión sub specie aeternitatis.

Observa el libro sobre la mesa, entre los lomos una única página con la ecuación que todo lo contempla. Deja sobre él el café y busca el olvido.

En:

1.htmlhttps://papelescaracol.blogspot.com/2022/07/revista-los-papeles-del-caracol-numero-1.html

Porque

Ignacio Escañuela Romana

Porque me miré una mañana en el espejo y pensé. Me observé al pasar y no me vi. Me desperté y dudé. Leí para no recordar. Me iluminé bajo luces falsas de neón como si fuesen el sol. Comí y quise no persistir. Reí en el hueco del vacío sobre vacilaciones. Me llegaron los rumores del viento y oteé atardeceres. Recité el poema y callé perplejo. Respiré y llamaradas heladas cruzaron por mi cerebro.

Porque escribí estas palabras, miré al través de la ventana, soñé.

Tendido allí

Ignacio Escañuela Romana

No había querido volver, mas lo hice. Recorrí el callejón envuelto en el viento norteño, el que siempre nos acogió. – No, no quiero retornar- me dije. – Porque sé que me olvidaste y, después, borraste el recuerdo de mi no existencia, para dejar un hueco de nada-

Sentí la tiritona, la sangre manando por las arterias, impulsando. Mientras, observé las nubes oscuras pasando raudas hacia el interior, buscando la sierra para descargar.

Ahora sé que sí, que el pasaje aparenta existir, pero ya no está. He repetido los pasos de tantos, antes y después, y me he olvidado de mí mismo. Sin sentir nada, tengo ante mí la revuelta que conduce hacia los escalones.

Lloro. No por ti, ni por mí, sino porque estoy helado. He desesperado de la época de los milagros. Pero sé que allí, tendido, está invisible el futuro perdido, lo que ya nunca podrá ser.

La lejanía

Ignacio Escañuela Romana

Me volví, sin ninguna esperanza. En una tarde más, como otras muchas, en los días que pasaban. Momentos, vivir. Sentí el peso de los días recorridos con el viento, el polvo levantado de los caminos, el sol surcando el horizonte, en el asombro de estar, ser.

Ahora, esa tarde añadida yace allí, en un instante más, en la memoria.

Asciendo la cuesta y pienso, sí, quedamente. En medio de la torrentera de Heráclito. He comprendido que caí esa tarde y estoy ahora en lo que queda. Apenas pequeños reflejos huyentes en el agua. Que, sí, ríe como un niño que juega. Mientras, la lejanía me observa y yo sólo puedo narrar y sentir.

No circulares

Ignacio Escañuela Romana

Imagino que las vidas deberían quedar completas, como una unión entre el principio y final, o como una conclusión que se sigue a los hechos vividos. Algo usual en literatura y cine. García Márquez gustaba de dar conclusión a sus historias, llegar a algún sitio simplemente, obtener algún mensaje o sentido. Bueno, entender el problema de una culpabilidad mal diseñada, y de cómo los personajes terminan riéndose del resultado de la muerte de un otro, esto me costó una pequeña depresión al leer esta novela de ese autor. Una muerte anunciada salvo para el asesinado, en bano (banal). Simplemente porque pienso que el tiempo, y, sobre todo, lo que somos como personas, ese conjunto complejo, tiende a comportarse de este modo. Ya Hegel apuntaba a la razón histórica, que se reiría de la conductas éticas y sacaría provecho de todo, especialmente de lo aparentemente malo.

No obstante, mi impresión es justo la contraria, que las vidas humanas quedan inconclusas y que los sentidos los construimos nosotros. Literalmente, los inventamos. Bueno, en todo caso, pertenezco a esa tipología humana que no es capaz de anudar conclusiones y a la que los sentidos le parecen, lo percibo, como otra galaxia lejana.

Todas las historias de bien y mal, o héroes y villanos, o culpabilidad para renacer o, simplemente, para purgarla, bien: todo ello me resulta una filfa. No he encontrado jamás que el tiempo lo ponga todo en su sitio. Más bien al contrario, trastoca todo lo que tenía su lugar y deja instalado al sinsentido. Aunque, lo reconozco, admiro la integridad de un Marlowe en su búsqueda de la verdad.

Supongo que es una visión pesimista de la vida, como el psicólogo transmite al padre en la película Gente Corriente. Sí me parece estar seguro de que no lograré ya alcanzar conclusiones finales. Ni siquiera intermedias. Pienso que el azar interviene, sin quitarle importancia a nuestras decisiones. Pero, a menudo, no hay ámbito de posibilidades, el Día de la Marmota está bien porque la repetición es aceptable. Pero, ¿es posible soportar levantarte una y otra vez en un bombardeo de la Guerra Mundial?

A veces pienso en todos esos primeros amores que quedaron grabados y superaron las experiencias de los siguientes, como en la historia final de Dublineses, James Joyce. Es cierto que no tiendo a sentir esa conclusión del personaje de Los Muertos: «Mejor pasar audaz al otro mundo en el apogeo de una pasión que marchitarse consumido funestamente por la vida». Pero sí que la vida consume, claro. Lo que sucede es que el conato de Spinoza, o de Tomás, nos impulsa hacia adelante, en la búsqueda de la eternidad.

Imagino esa flor en mitad del desierto, que pasa desapercibida para los demás, de la que nos habla Los Búfalos de Durham (por cierto, fantástica película). En El Principito se nos dice que la rosa de su planeta es especial porque la riega y cuida. Creo que tiene razón en esto. Pero incluso en la soledad más absoluta, en mitad de las dunas y en el silencio silbante del viento y del roce de las arenas, la fragancia es valiosa como un hecho. Creo que esto, es cierto, he llegado a comprenderlo. El sentido no lo dan los demás, ni siquiera yo, sino la existencia y la valentía en ella. Recordar, pues, a Jünger, porque el valor es un desorden del ser. Hay algo en la derrota humana que le da grandeza. O, al menos, esto quiero pensar.

Escribo

Ignacio Escañuela Romana

Me desperté. Vi hondas quebradas, hirientes. Me di la vuelta y dormí profundamente. Las primeras luces me despabilaron y sentí un estallido interior. Deshecho, confuso y loco, me incorporé y caí a través de la quebradura, deslizándome, como en lo real. Aquí y ahora, de ese entonces y allí, en el tremor, escribo esto.  

El día fue largo

Marta Escañuela Nieves

El día fue largo, nada salió como esperaba. Me encuentro paseando con los aullidos de la noche. Huelo el olor a humedad, los zapatos la sienten mientras camino. Cruzo cerca del bar desaliñado de la esquina. Estoy segura de que le quedan muchas batallas por pelear. Sin embargo, sus clientes parecen haberlas perdido todas mientras se ahogan en sus vasos de cerveza cutres. Mi soledad me alerta y así, me concentro de nuevo en mis pies y en la vereda. Toco mis bolsillos, esperando que mis dedos rocen algo metálico. Suspiro, mis llaves se encuentran en su sitio. Sigo a mis pies, ellos hacen su caminata semanal sin ningún atisbo de duda. Aquí estoy, de nuevo en el supermercado buscando llenar mi nevera después de una larga semana de traslados incesantes. La vida adulta es como aquellas caritas sonrientes que los adolescentes se tatuaban en la piel por medio de un mechero. Te sonríen en la piel mientras la quema y altera sin percatarte. 

Queremos correr rápido con pasos sabios que nos lleven a lugares prediseñados en nuestra mente. Aun así, nos encontramos con unos pies tardíos y unos días que navegan entre la realidad y el sueño. Días se vuelven faltos de intensidad y caricias.