Prefijado

Ignacio Escañuela Romana

La reunión se tersaba en el tiempo, tras más de tres horas de sopor y monólogos compartidos. Todo tan previsible… Ahora tocaba un descanso. Una sala muy amplia, en elipse, con casi un centenar de asientos en derredor en torno a un centro imaginario. Ellos estaban en el lateral izquierdo de la sala. Los micrófonos innecesarios. Las paredes enlistadas en negro, con fondo blanco. El aire acondicionado funcionando para tener la atmósfera en la temperatura exacta de la comodidad. Claro que, se preguntó, ¿para qué? Ahora tocaría el receso, que era, en verdad, una continuación acompañada de cafés y rumores, para después volver a sentarse y así poder concluir la mañana gloriosamente, pensó.

 Una vida de éxitos profesionales y comerciales, reconocimientos de numerosas personas y un bien ganado estándar de vida alta. Ningún problema con el dinero, ni siquiera pagando su casa con finca en las afueras de la ciudad. El servicio de limpieza, la vigilancia. Pero ahora mira hacia adelante como viendo las horas andar ante él, conforme los discursos continúan con una apariencia de diálogo constructivo. Los suyos también.

En realidad, todos saben cuáles serán las decisiones que se van a tomar. Están ya determinadas. El diálogo es el coste de tiempo y energía para dar a estas determinaciones una apariencia social respetable. Incluso una conciencia individual satisfecha.

Todo le ha conducido hasta allí, con sencillez, se dice. Simplemente dejarse llevar como si estuviera en un andador mecánico y los caminos diferentes no tuviesen esa ayuda. Desviarse hubiera sido salir bajo la lluvia torrencial, estando a un paso del refugio. Un paso a derecha o a izquierda y se hubiese arriesgado a fracasar. Allí, en esa andadura todo es relajado y vibrante, nada es inesperado, todo es natural y sencillo. Se llama, lo reconoce, éxito. Pero es el funcionamiento de un engranaje más: él. ¿Feliz? Ni más, ni menos, piensa. Alexitimia, en verdad, había leído reconociéndose. Es decir, no sabe. Sí es consciente que no daría un paso fuera del camino esperado, porque no es capaz. Demasiado esfuerzo y sufrimiento. Algo para lo que no está dotado. Piensa, sí, desde el más allá de esas vidas posibles, imaginadas, en millones de vidas distintas y alternativas. No sabe si mejores o peores, nunca las probará.

¿Cómo sería mirarse a sí mismo desde muy lejos?, ¿qué conclusiones resultarían de un análisis no apasionado y a la distancia? Como si el mismo fuese un simple objeto de estudio. Supongo, se dijo, que no parecería un individuo, un sujeto, sino un conjunto de normas activas y superpuestas. Quizá destacaría que no hay nadie detrás, que todo es explicable a partir de regularidades que atan cada uno de los actos. Incluso estos mismos pensamientos no serían más que una relajación esperable de quien es un actor de su propia vida, esclavo del papel prefijado.

Tal vez, se apuntó mentalmente, toda la idea de la libertad sea desde el principio un engaño. O bien esto mismo que pienso ahora es el engaño de un esclavo que se sabe rehén de reglas y quiere justificar su mediocridad, cuando habría podido salir a la intemperie, plantear otros problemas, arriesgarse y ser rebelde con o sin causa, qué más da. Tal vez nunca haya causa, pero sí un yo escondido y rebelde, desafiante a pesar de las cadenas.

Borrar estas normas significaría evaporar treinta años de la vida y todos los actos que he hecho desde entonces. Salir y colocarme en el huracán, se dice. Ser excluido de mucho de lo social. Aunque escribir un libro propio, a resguardo de lo que opinen los demás sobre mi vida. Una especie de desafío y, también, de reclamo, atacado por el peligro que significa el ejemplo, la salida del tejido de regularidades y expectativas.

Levantarme y salir, piensa. Sin dar razones. Aquí y ahora. Un primer paso de mi vida. Da fuerza a sus músculos, flexiona rodillas, se prepara, hace el gesto de tomar el apoyabrazos para hacer fuerza… Transcurre el tiempo indiferente, sentado vuelve el turno de palabras hacia él. Empieza a hablar …

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Ignacio Escañuela Romana

Un poco de todo, escritor, filósofo y economista. Porque, en el fondo, son la misma cosa.

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